Ante la injusticia lo mejor es desobedecer

Nunca supimos su nombre, pero su rostro de terror se fijó a fuego en nuestros corazones. Algunos dejamos escapar alguna lágrima al recordar los momentos en los que una madre, protege con uñas y dientes la vida de un hijo que lleva en sus entrañas.

Todos pudimos ver la ternura de sus manos casi sin vida acariciando ese vientre en el que llevaba guardado “como oro en paño” su bien más preciado, mientras sonaban cascotes y cristales rotos. Como intentando calmar la ansiedad de alguien de quien aún no conocía los rasgos físicos de su rostro. 

El amor de una madre va más lejos que nada. Aguanta más que nadie y sabe que hasta la última gota de sangre que le quede en sus venas es para darle la vida al hijo que está por nacer.

Nosotros no pudimos percibir el olor a quemado, ni sentir el frío reinante en el lugar en ese momento. No sabíamos el daño que se le había causado, pero fuimos testigos de su amor de madre.

Hoy hemos sabido que “la madre” tenía la pelvis aplastada, y una cadera rota. Daños invisibles a los ojos, y por los que aquella mujer sintió un profundo dolor, aunque ni ella misma lo apreciaba porque el mayor dolor de ese momento era el de tener la duda de si el corazón de su hijo seguía latiendo, pese a recibir ese enorme golpe en la cabeza.

La madre aguantó, con un rayo de esperanza. Aguantó con fuerza de “madre” que a pesar de todo el dolor que llevaba encima se le practicara una cesárea, único medio para sacar al bebé de su cuerpo. Pero no fue suficiente. El bebé se había ido junto con el estruendo de las bombas. El sonido de la guerra apagó su pequeño corazón.

La madre no pudo resistir más dolor. Ahora ya no tenía razón de ser y en sus últimos minutos, sabiendo que nunca podría escuchar la voz de su pequeño bebé, les pidió a los médicos ¡Mátenme ahora¡.

Ambos han fallecido en medio de una guerra, causada por un loco al que aún nadie ha podido parar.

Puede que volvamos a escuchar a Putin y al embajador ruso en la ONU, repetir que aquello era una base de extremistas ucranianos en lugar de un hospital. Que las mujeres que de allí salían eran actrices y que lo que están haciendo los soldados rusos es por el bien de la humanidad.

Putin puede decir todas las mentiras que considere convenientes, pero no engaña a nadie. Aquello no era una base enemiga, simplemente era un hospital, donde se refugiaban un puñado de madres que estaban a punto de traer a sus hijos al mundo.

¿Qué van a hacer ahora los soldados rusos? ¿Quién podrá parar los desvaríos de un loco? ¿Hasta cuándo durará esta guerra que pone en riesgo la vida del mundo?

Ahora es buen momento para que los soldados rusos recapaciten en las palabras de Mahatma Ghandi: “En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de persona, ninguna tiranía puede dominarle” y recordarles que “no hay camino para la paz, porque la paz es el camino”.

Siempre en la más terrible de las oscuridades, se cuela una ranura de luz. La paciente Bloguera, que fue rescatada junto con la madre fallecida y de la que dijeron que era una actriz, si ha conseguido traer a su hija al mundo. Hoy respira un ambiente lleno de humo de las bombas, pero ya tiene nombre: Verónika.

(A todas las madres que sufren una guerra)

P. Moratilla