TIRARSE A UN BARRANCO

La fe ciega pueda acabar en melancolía. Y en este país, alegre entre sus gentes, a veces despreocupadas pero a veces responsables, no acaba de encontrar entre sus políticos la capacidad de liderar el futuro. 

Ocurre que un simple e irreal eslogan puede confundirnos. Unas veces confundiendo la libertad con el “porque me da la gana” y otras identificando la lealtad y la fidelidad absoluta con “tirarse a un barranco”. Pues bien, entre el esperpento y el absurdo, siempre hay espacio para un poquito de raciocinio. 

Andar por el mundo de lo irreal nos lleva a la más absoluta de las confusiones.  Cualquier tontuna acaba considerándose un bien preciado, mientras los bulos y las mentiras, ahora llamadas facenews o posverdades, nos eximen de pensar y discernir entre lo cierto y lo incierto. 

Irene Vallejo en su interesante ensayo “El infinito en un junco” nos recuerda que a Hesiodo, siete siglos antes de nuestra era, se le aparecieron las nueve musas que al adoptarle, le dijeron  “Sabemos contar mentiras que parecen verdades, y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad”.

Hesiodo era un sabio, un pastor, imbuido de sentido común suficiente como para crear un mundo imaginario, la naturaleza a su gusto, los dioses a su antojo. Pero también creó un mundo peligroso que habría de trascender a su tiempo.

Hoy, dos mil setecientos años después vivimos al borde del vértigo permanente. Los funambulistas deambulan por el planeta en un peligroso jaque al hormiguero en que hemos convertido el planeta. Nunca el anonimato fue tan generoso, ni las personas “relevantes” tan efímeras y absurdas.  Precisamente por eso, y en un deambular vago entre lo anónimo y lo irrelevante hay seres humanos que se empeñan en ser “hombres para la eternidad”, como Tomas Moro. Pero su eternidad se queda, tan solo, en un vaporoso, irrelevante y efímero “momento histórico”. 

Ya no existen los hombres de Estado, e incluso diría, que el propio Estado es puesto en cuestión todos los días por “agentes anónimos poderosísimos” cuyos nombres y apellidos se esconden tras la fuerzas ocultas y telúricas que mueven el mundo. 

Pues sí, en estas estamos cuando los mas conspicuos sabios de la política española se empeñan, un día sí y el otro también, en tirarse al barranco abrazados, cada uno, a su particular concepto de libertad. 

Hemos pasado una terrible pandemia a lo largo de algo más de un año. Hemos estado a punto de extinguirnos, pero no por el virus sino por “tontos”.  Aunque no descarto que sigamos intentando esto último. 

Durante la pandemia nos olvidamos de todo salvo de los esencial, es decir, intentar sobrevivir. Los políticos de esta España nuestra, también. Y todos hemos sobrevivido, pero no somos mejores, aunque algunas mentes bienpensantes quisieron ver un espacio ideal para el mundo del futuro.  Pues no, ya hemos llegado al futuro pospandémico y este es tan estúpido como el pasado prepandémico. 

La pandemia nos llegó cuando la hartura del “proces” catalán seguía superando sus propios límites de estupidez mediática, cuando la derechona más rancia se empeñaba en ver un gobierno “social-comunista” gobernando España, como si el mismísimo Stalin bajado del Cielo estuviese trazando los designios de la Patria y cuando la derecha ms iconódula volvía a encerrarse en los fantasmas de su propio pasado, ese pasado reaccionario y felón que no ha enterrado nunca, que la llena de carcundia. Siempre incapaz de comprometerse con la modernización de España, y de dar respuesta a un país que nunca acabó de entender.  

Ahora, el debate ya no es ni el virus, ni los muertos, ni las vacunas, ni tan siquiera la recuperación económica. Ahora estamos, de nuevo, a vueltas con los indultos a quienes hoy son reos de sedición. 

La derecha arroja los indultos, como si de venablos se tratara, contra un Sánchez, vituperado y vilipendiado de forma permanente. Pero es esa misma derecha,  aún mas carca, la que no supo dar solución al problema catalán cuando los “indepes” convocaron dos referendos ilegales, y cuando el jefe de estos se les escapó camino de Bruselas. La derecha, ni Casado, ni Arrimadas, y menos el “aprovechategui” de Santiago Abascal, ha sabido dar solución a los problemas de España, porque su España es la de la épica gloriosa, es las banderas al viento y las Montañas Nevadas, pero no la del futuro. Ni ha sabido dar respuesta y solución al problema catalán, ni lo hará nunca, porque se alimenta de él conscientemente, al tiempo que divide a España inconscientemente. Pero en este, como en otros grandes temas, tampoco estará a la altura de dar solución a los problemas de Estado, simplemente, porque cuando gobierna, los deja pudrirse.

De otra parte, tenemos a Sánchez, más en la idea chulesca del Jugador de Mus o el Manual de Resistencia, que en el papel de hombre de Estado, aunque se empeñe en parecerlo. Y es que “el Presi” lleva en su mochila demasiados egos, excesiva arrogancia y poca capacidad de diálogo con sentido común. Ha hecho un partido a su medida, una izquierda a su medida, la política a su medida, los sueños a su medida y la capacidad de ser responsable, también a su medida. Sánchez, para el PSOE, es como el hombre para Pitágoras, “la medida de todas las cosas”. 

El indulto puede que sea una necesidad de Estado, pero a su debido momento, y cuando la cordura, y el famoso “seny” catalán acabe retornando del ensimismamiento. La cuestión del indulto no debería ser ni de izquierda ni de derechas, sino cuestión de Estado. No puede ser el choteo de quienes dicen con sutileza soez “que se metan el indulto por el culo” o que “lo volvería hacer”, ni los del chantaje continuo, propio de esos líderes nacionalista-independentistas a los que adora “cierta izquierda” como si fueran de los “suyos”, en ese complejo permanente de no reconocer a España como un valor en si misma, con todo lo que conlleva, e identificar los valores del separatismo como los propios de la “progresía”. Pero, ¿desde cuando un nacionalista es progresista?

Las musas nos están engañando a todos. Ni la libertad es Isabel Diaz Ayuso, ni España es el dueto Casado-Abascal, ni el indulto es Sánchez, ni el comunismo es Pablo Iglesias, ni Cataluña es Puigdemont, ni Ceuta es el sueño de una noche de verano de Mohamed VI. Eso sí, si continuamos con tanta estupidez y tan poco sentido común acabaremos tirándonos al barranco, no por fidelidad a los ciudadanos sino por ser fieles a nosotros mismos. Pereceremos por estúpidos, y entonces ya nada tendrá solución. España seguirá sin remedio pero seguirá,  aunque solo sea porque las musas dicen la verdad cuando quieren.     

Menipo de Carpetos