MARADONA, ESTA NOCHE DUERMO EN EL SOFÁ

Lo cierto es que tenía que pasar y paso. Se veía venir desde hace tiempo. Vamos que era la crónica de una muerte anunciada. Anunciadísima diría yo. Los de mi generación nos hemos quedado huérfanos de padre - en términos futbolísticos- y, sinceramente, no me importan los tumbos y vaivenes que ha tenido su vida mas allá de su época dorada, esa en la que en el Coliseo combatían 21 gladiadores y él. El hombre. El primus inter pares. 

Maradona ha muerto. Siendo egoístas, despiadadamente egoístas, mejor. Mejor para el futbol, mejor para memoria y mejor para los que le adorábamos como al semi dios que era. Que fue. Dice el cantante de Los Secretos en una canción -versión que me gusta mucho más que la del ególatra pulpitario de Linares- que lamenta no haber sabido contar a su amante de ojos de gata que él se convertía en un tipo vulgar al bajarse del escenario. Multiplíquenlo por mil y nos aproximaremos a la historia de Diego Armando.

Yo todo eso lo perdono porque lo vi, es que lo vi. Lo viví cuando no se podía saber lo que iba a pasar. Sentí como en una tediosa tarde de junio del año 86 los estudiantes de un Colegio Mayor fuimos conscientes de que el barrilete cósmico acababa de hacer Historia. Y punto. Y por dos veces en un solo partido. La primera con la ayuda del mismísimo Dios y la segunda empujado por el diablo y el aliento de una nación - la Argentina- ansiosa de redención y venganza por una guerra sin sentido a la que fue llevada por militares sin escrúpulos. Perdieron el alma y gran parte del orgullo en Las Malvinas pero El Pelusa lo recuperó para todos ellos aquella mágica tarde del 22 de junio. Cuentan que Bilardo, quizá el entrenador que mejor le supo entender, le pidió un año antes que le diera un año de su vida para preparar el Mundial de futbol. Él se lo dio y a cambio logró un sitio en el Olimpo futbolístico en el ya permanecerá sentado en lo más alto. 

Después… Después, nada. ¿Qué se puede hacer después de haber logrado la perfección, el éxtasis, el no va más? No te queda más que un lento descenso desde el Olimpo hasta el Averno, sin posibilidad de retorno. Que este sea más o menos rápido es decisión del semi-dios y el nuestro se tiró a tumba abierta en pos de lo imposible.

Es cierto que en los mentideros futbolísticos hay quien se atreve a discutirle el trono, pero seguramente es por ignorancia. Creo que ni por carácter, ni por liderazgo admite comparaciones con ningún otro. Eso sin entrar en que a él le tocó vivir una época de fútbol sin tanta cámara de televisión, en el que las patadas fluían al libre albedrío de los centrales sin que los árbitros fueran capaces de detectarlas. Y de esas sufrió muchas, sin amilanarse jamás. 

Me importa un carajo su matrimonio con las drogas y los excesos de alcohol con los que han llenado páginas los diarios deportivos, sus rollos con Cysterpiller, el Clan Maradona, las largas noches Napolitanas, los disparos con escopeta de plomo desde Villa Fiorito. O los desplantes y salidas de tono en el ocaso de su vida. Al cuerno con todo eso. 

Me quedo -fuera de lo futbolístico- con que jamás nadó a favor de corriente y ni un solo compañero de los que ha tenido ha dicho nunca nada malo de él. Algo muy difícil de ver en alguien que estaba muy por encima de cualquier otro del vestuario en cuanto a fama, poder y fortuna. Todo lo contrario. Siempre dando la cara por los demás en su quijotesca lucha contra el establishment, y no olvidemos que en el mundo del futbol estos eran molinos muy grandes. Y lo hacía por ese orgullo de dientes apretados y caras sucias con el que nacen los de villa miseria y por justicia, esa clase de justicia que la gente humilde tiene claro que lo es, más allá de leyes, reglamentos y tribunales. Sin nada más. Ni trampa, ni cartón ni segundas intenciones. 

Mi mujer, al comentarle lo de su muerte, me ha dicho que le importa un bledo, y que no era más que un borracho y un drogadicto que había tirado su vida y su fortuna por el retrete. Que le daba igual. 

Por supuesto esta noche duermo en el sofá. No puedo compartir cama con alguien que dice eso del tipo que con un regate, logró hacer que Juan José besara con su partes nobles el poste del Bernabéu. ¡Que golazo!  Eso son palabras mayores. Un respeto oiga. 

Descanse en paz. 

Narciso Carrascosa