Crónicas Distópicas. Okupados

Me quedé dormido un instante y cuando desperté estaba okupado.

Estaba viendo la etapa del Tour, que va divinamente para echarse la siesta, y me desperté un poco raruno, como preguntándome que hacía yo viendo ese muermo. De inmediato busqué el mando, me puse un documental de La 2 y extrañamente me gustó.

Aquello me llenó de preocupación. Me sentía raro por dentro y me pregunté si también habría cambiado por fuera. Me acerqué al espejo y mis sospechas se confirmaron: ya no era un caballero español de pelo engominado y ropa de marca con bandera rojigualda, ahora era un perroflauta con un polo comunista de 198.

De inmediato, llamé a la policía para que desalojara al okupa que me había okupado y tras preguntarme si yo mismo era primera o segunda residencia me invitaron a presentar una denuncia y esperar resolución judicial.

Pensé que tenía que actuar rápidamente pues si dejaba que la okupación se prolongara terminaría votando a Podemos y defendiendo el comunismo bolivariano y filoetarra. Busqué en google el teléfono de Desokupa y contraté sus servicios para que desalojaran al okupa de mi cuerpo.

Primero me pidieron amablemente, con cara de muy mala hostia, que abandonara mi cuerpo y mi mente, pero el perroflauta se negó a salir. Después me hicieron firmar un documento para hacerme responsable de las consecuencias si tenían que pasar al segundo nivel de presión. Y pasaron, ya lo creo que pasaron. Me estuvieron dando hostias durante tres días y el cabrón del perroflauta disfrutando con el espectáculo. Debe ser que en las okupaciones de cuerpos quien padece el dolor es el primer residente. Así, cansado de palizas y de que disfrutara el okupa, despedí a los nazis y decidí llamar a un sacerdote de confianza para que me hiciera un exorcismo.

El exorcismo fue agotador y estuvo a punto de acabar con el sacerdote. El okupa nos recitaba de memoria El Manifiesto Comunista, El Capital, El Estado y la Revolución y nos llevaba al límite cantando la Internacional. Para no caer en la Teología de la Liberación, el sacerdote dio por terminado el exorcismo y me dejó en manos del okupa. Antes de marcharse me recomendó al Prior del Valle de los Caídos como última opción.

Cuando le conté al abad Cantera lo que me ocurría se presentó de inmediato en mi casa. Venía acompañado de una escuadra falangista por si el okupa se resistía, como así ocurrió. Al muy cabrón le encantaba que me pegaran y cuando los falangistas entraban en faena no desmerecían de los nazis de Desokupa. Tras dejarme semiinconsciente con la paliza, me colocaron una capucha y me trasladaron a otro lugar.

Recuperé la consciencia y desperté en un lugar oscuro y lóbrego, ya sin capucha. Abrí los ojos y descubrí que me habían trasladado al Panteón de Franco en el cementerio de Mingorrubio.

Santiago Cantera amenazó al okupa con mantenerme allí encerrado hasta que abandonara mi cuerpo. De inmediato noté un noseque y el okupa se había evaporado. Volvía a ser yo mismo, a disfrutar de los toros, insultar a los rojos y las feminazis, apalear maricones y moros…

Para evitar recaídas llamé a Securitas Direct y un empleado me colocó una placa en la frente para advertir a los okupas de que mi cuerpo y mente estaban protegidos. La protección incorporaba un chip instalado en mi cerebro y conectado a una alarma que se encendía cada vez que una idea progresista pasaba por mi mente.

Plumaroja 20