Los síndromes vacacionales

Es posible que a algunos de ustedes les haya parecido extraño la utilización del plural en el titular de este artículo, porque es más habitual usar el singular y, además precedido del prefijo “pos”, o sea, “síndrome posvacacional”, lo que en román paladino sería: qué fastidio volver al curro, con lo bien que se está en el chiringuito o tumbado a la bartola entre los pinos, y no delante del ordenador o aguantando al público, pongamos por caso.

Pero ¡hete aquí! Que ahora resulta que también existe el síndrome que aparece cuando va a suceder el episodio contrario al comentado, es decir, que vamos a dejar el odiado curro para para entregarnos sin freno y marcha atrás (aportación a mi admirado Jardiel Poncela con sus cuatro corazones, pero con freno) a la molicie, a la pereza o a la galbana y demás sinónimos de no dar un palo al agua o, por el contrario, a trabajar por deleite en otras ocupaciones, como recomendaba Fraga Iribarne.

Sea como fuere, aquellas personas que, ante la perspectiva de las vacaciones, empiezan a padecer síntomas como falta de atención, dificultad de concentración y aumento del estrés, están sufriendo lo que se podría considerar “síndrome prevacacional”, pero los expertos en la materia aseguran que síndrome lo que se dice síndrome no es, ya que, no se trata de una patología, científica explicación que me induce a animar a quienes les invada una molesta y progresiva sensación de angustia y ansiedad, ya no deben preocuparse en absoluto porque dicho queda que síndrome lo que se dice síndrome no es, sesudo diagnóstico que no alivia al paciente,  pero es indiscutible que proporciona un tema de erudita exposición ante los cuñados en el transcurso de la consabida barbacoa.

Entiendo que para justificar el plural del titular en principio aludido, tendría suficiente con los síndromes comentados, el “pos” y el “pre”, aunque a estas alturas del artículo sabido es que el segundo síndrome lo que se dice síndrome no es, pero dada mi naturaleza inconformista me ha dado por indagar otro que voy a denominar “síndrome invacacional” antes de que los psicólogos lo invaliden, refiriéndome como tal al que se parece no antes ni después, sino durante las vacaciones, las ansiadas y maravillosas vacaciones.

Porque detrás de las fotos y vídeos que muestran los felices y dichosos que hemos sido en los paisajes y ambientes que aparecen, de las paellas y mariscadas que causan envidia (para eso se mandan las fotos y los vídeos, naturalmente) y los bailes que nos hemos marcado (en la actualidad si no dominas la bachata, eres un don nadie en el mundo del dancing), no me dirán ustedes que se esconde, en numerosos casos, molestias,  incomodidades y sufrimientos que nos impelen a añorar a nuestro la grata y leal compañía de nuestro querido ordenador o la vuelta a la enriquecedora atención personalizada, pongamos por caso.

Es probable que algunos de ustedes estén de acuerdo con mis reflexiones al respecto, y que otros muchos crean que es solamente fruto de la envidia que siento al no poder estar disfrutando de los placeres como los más arriba mencionados, por lo que no me resta más que dar las gracias a unos y la enhorabuena a los demás. Y yo mientras escribiendo ¡eso si que es un síndrome!

Julio Magdalena Calvo.