Una lluvia de cerebros

No me creo los bulos pero me habían asegurado que a eso de las nueve de la noche un helicóptero lanzaba cerebros a distintos barrios de Madrid, entre ellos al de Salamanca y, haciendo uso de mi propia libertad constitucional, acudí presta aunque temerosa a contemplar tan insólito espectáculo.  Dieron las nueve, empezó el concierto de las cacerolas, repicaban en mi cerebro las recientes palabras de Ian Gibson: “la derecha española me parece lamentable, probablemente la más nefasta de Europa…Organizar caceroladas en estos momentos tan dramáticos en vez de arrimar el hombro es no solo de gente malvada sino desquiciada, fanática”.

Y allí estaba yo, un topo, en pleno Núñez de Balboa, sin mascarilla para no llamar la atención, departiendo alegremente y en grupo contra Simón e Illa, pidiendo a gritos la dimisión de Sánchez y clamando para que el PP volviera ya al gobierno en coalición nacional con los machotes de Vox: ¡Dimisión, dimisión!, gritábamos bebiendo coca-colas y cervezas.

Allí estaba yo viviendo in situ el histórico momento de un alboroto de parásitos sociales. Y, en efecto, a los pocos minutos apareció un helicóptero y empezó a soltar cerebros gratis que se desplazaban por el aire caliente de ese 18 de mayo en la villa y corte de Nuestra Señora de Ayuso y el sucesor de Casado. Como muchos de los jóvenes de este barrio son futboleros trataron de dar cabezazos a los cerebros e, igual que sucede con el coronavirus, en alguna de aquellas cacerolas vacías encajaban como anillo al dedo. Vaya sorpresa. 

A mi lado, uno de los infectados, provisto de un nuevo cerebro, se miró, miró a su alrededor, se desprendió de nuestras banderas y se preguntó “¡qué cojones…qué hacemos aquí, qué es todo esto”, ¡parad ya, descerebrados! ¡No veis que podemos contagiarnos o contagiar a los demás! ¡Es indigno que utilicemos una enfermedad que asola el planeta para mostrarnos como unos putos pijos descerebrados ante el mundo entero! ¿Qué aportamos nosotros? ¿Vamos a descubrir la vacuna, vamos a mostrar un mínimo apoyo a los sanitarios que se están jugando la vida por salvar la de personas como vosotros?

No le escuchaban, parecían analfabetos borrachos de insensatez y fanatismo. Me aparté de ese barrio de chusma para no volver a pisarlo nunca más.

Gloria Gallas