14.07.2019 13:06h.

¿Hablamos de Educación?

Por Tomás Megía

Mantengo de forma firme que a los maestros, las diferentes y distintas reformas educativas les ha arrebatado el protagonismo que les corresponde, que ya no manejan conceptos de toda la vida pero, sin embargo, han aprendido a obedecer órdenes precisas… …son prolijos funcionarios de sistemas que, en casi todos los casos, les resultan totalmente indiferentes y que apenas si les aportan algo que ya no conocieran.

No, no es normal, tantas reformas educativas en tan breve espacio de tiempo, para cambiar unos nombres por otros y no ideas.

En los años ochenta, cuando yo comenzaba mi etapa como maestro, eran años de "miseria" pero también de ingenio, de escasez de libertad, pero de reuniones con discusiones pedagógicas interminables… Trabajábamos las veinticinco horas dentro de nuestra clase, en los claustros se defendía lo políticamente incorrecto y entre los compañeros todo se guisaba y todo se comía (p.e. nadie te sustituía).

Y todo esto terminó cuando –y, en principio, con buen criterio, una administración de corte socialista—quiso recabar para sí todos los protagonismos y hacer un reparto igualitario de los recursos y, por supuesto, dar a todos los maestros la posibilidad de formarse de forma gratuita en aquello en que se tenían graves carencias. Y comenzó a haber especialistas de inglés, de música, de educación física y hasta de religión (para agradar a curas y monjas), y se crearon los CEP para responder a los movimientos de renovación pedagógica, y hasta se habló de cambiar la formación inicial del profesorado, y hubo maestros de pedagogía terapeútica y de audición y lenguaje y hasta orientadores en cada uno de los centros. Daba lo mismo si se necesitaban como si no. Había llegado la tan proclamada igualdad y… nos equivocamos, confundimos la igualdad –de la que hemos disfrutado-- con la equidad por la que debimos luchar y por la que se nos debería haber conocido (entre otras cosas porque cuando ellos gobiernan lo hacen para los suyos y no para todos) y el mensaje acabó disuelto.

Y pronto se dieron cuenta de que con la "panza llena" se piensa difuso porque el ingenio se va diluyendo y las necesidades de formación del profesorado fueron derivando hacia las necesidades formativas de la propia administración o a otra forma de financiar a los sindicatos.

Y, el profesorado, pronto --y es cierto-- se acomodó a la facilidad de no tener que pensar: "Me lo dijeron desde… y yo cumplo".

Pero es que, junto al protagonismo, le han quitado algo peor: EL PLACER POR ENSEÑAR. Por esa razón nuestra educación es, en la mayoría de los casos, monótona, previsible y falta de imaginación.

Se nos llenó la boca de hablar de autonomía de los centros y fue justo el momento en que se comenzaron a desmantelar los recursos profesionales y económicos, fue justo el momento en que se comenzaron a centralizar cuestiones como la gestión de cupos de maestros; ya antes se había ligado la percepción de emolumentos con la formación del profesorado e, incluso, se llegó a hablar de "Itinerarios formativos de carácter obligatorio previstos en la nueva ley de educación".

¿Alguna vez se contempló y se planteó la participación con todos los sectores que componen la Comunidad Educativa como elemento principal de responsabilidad? Debemos, ser capaces, ser competentes, que diríamos los modernos, entre todos, de crear un clima de colaboración que haga de nuestras escuelas el eje vertebrador real de la educación y que sea capaz de amalgamar todas las iniciativas que se den desde todos los ámbitos desde los que se debe participar:

1º Desde la colaboración del profesorado.
2º Desde la colaboración de las familias, madres/padres y tutoras/es.
3º Desde la implicación del alumnado.
4º Desde la colaboración con el sistema escolar.
5º Desde la colaboración con la comunidad próxima.
6º Desde la colaboración con el sistema social más amplio.

Decía Borges que el escritor que escribe lo que se propone nunca ha escrito nada, que la obra debe trascender para ser buena. Desde las Administraciones Educativas --desde los despachos que decimos los maestros--, la educación perfecta es la que ellos pensaron en un "período de éxtasis teresiano", incluida la que nuestras cabezas pensantes pensaron e hicieron el "paripé" de dejarnos participar.

Decía Paolo Freire que "los buenos maestros son los que no enseñan nada a nadie, son los que orientan y ayudan a descubrir y a pensar".

Si queremos recuperar el placer por enseñar debemos devolverle al maestro el poder de decisión, protagonismo y la pasión que le han robado y que, desde siempre, le pertenece.


Tomás Megía