Mandolinas

Adelto sonrió para sus adentros. De pequeño quería una guitarra, se la pedía una y otra vez a los Reyes Magos pero nunca se la traían hasta que un año, por fin, se encontró debajo del árbol...una bandurria ¡Una bandurria! ¿Para qué quiero yo una bandurria? Adelto odiaba los toros, la tuna y ciertas exhibiciones folclóricas que supuestamente definían el alma de un pueblo, desde la jota aragonesa a las danzas vascas pasando por las isas y folías canarias y llegando a las palmas flamencas de Andalucía. Adelto no soportaba el folclore y por eso se fue a vivir a Madrid, una ciudad cosmopolita que hace milenios dejó de reivindicar el chotis como un aditivo adictivo y machacón en cada fiesta religiosa o pagana. Adelto tampoco era muy religioso, todo lo contrario pensaba que las religiones y sus fueros le habían apartado de la mística, de la fe, de los altares del universo y las preciosas puestas de sol que contemplaba cada tarde sentado en una loma, entre aromas de romero, lavanda, albahaca, hierbabuena y tomillo. A veces conseguía llenarse de esa belleza que entraba por sus sentidos regalándole instantes de felicidad. Cuando Adelto sonrió fue al descubrir y escuchar una de sus canciones preferidas “Shine on you crazy Diamond” de  Pink Floyd, interpretada por una orquesta de mandolinas.  

Artemis