Las bandas sonoras de mis partidos

No se si a vosotros os pasa pero llego a la pista, saludo al amigo que será enemigo durante hora y media, dejamos las bolsas en las sillas, pasamos las mallas, limpiamos las líneas, preguntamos por las bolas, las mías tienen dos partidos, creo que están bien, yo tengo unas para abrir, venga abrimos unas, vale; damos unos saltos o no los damos y empezamos a pelotear. En ese momento, ya sé la música que me va a sonar en la mente, el cerebro o lo que sea durante todo el partido. No sé qué me pasa. Suele ser la última canción que he escuchado cuando voy en el coche hacia la Ciudad de la Raqueta. En los últimos meses escuchaba bandas sonoras de Alexandre Desplatz y cuando lanzaba la pelota hacia arriba para sacar, la orquesta me acompañaba con Chéri o con Philomena, dos canciones preciosas que debo haber escuchado cien veces. La música se me metía así en la cabeza como un soniquete y en ocasiones pensaba que era la culpable de haber fallado ese remate tan sencillo o de cometer varias dobles faltas. Una temporada lanzaba mis bolas con Jinetes en la tormenta de los Doors aunque durante mucho tiempo mi preferida fue In the pay of Spain, del disco Divinities de Ian Anderson, aquel que fue líder de Jethro Tull. Me gustaba, me daba cierto ritmo y seguridad en los golpes hasta que me harté y, de pronto, sin quererlo, entró en mi cerebro Jakub Burzynnski: me mataba su Sabat Mater, me deslizaba por la tierra y hacía coincidir mis golpes con los de la percusión. Me parecía que ya tenía todo el camino andado por el Barroco pero, de pronto, apareció. Por casualidad escuché otra canción como de pasada y no pude quitármela de encima casi todo el día. La busqué, la encontré y me bajé 34 versiones de Nisi Dominus Cum Dederit, donde Vivaldi trotaba, volaba. Pensé que debía jugar con cascos pero ya había superado todas mis excentricidades cuando presumí de tunear mis zapatillas con un rotulador rojo.

Kimi