Yo, Meursault

Tengo la formación (de dudosa utilidad) pública, sin experiencia, medio calvo y un poco ajado por la edad. Al sistema no le importo. Un tipo mayor, con formación, pero sin experiencia (maldigo todas las formas de esa palabra). No puedo vender nada, porque no valgo nada. Después de cobrar la prestación por desempleo por última vez he empezado a verlo claro.

Mi vida se ha convertido en un año tras año en blanco. Es una enfermedad con 365 síntomas. Crueles, eternos. 365 días mirando como el Sol realiza su vuelta a través del cielo, sin nada más que hacer. El capitalismo me ha declarado culpable de “falta de experiencia” sin darme nunca una mísera oportunidad. El resto de seres humanos, como una grabación, repiten sin más un eterno: es el sistema, no puedo hacer nada. Nadie grita basta. Nadie se levanta. Vivís ocupados masturbándoos por el gran parecido entre vuestras vidas y la publicidad.

Los presos viven en la misma celda, con la misma rutina, día tras día. Viven encerrados, con la eterna idea de que fuera hay un mundo distinto. Quizá alguien les espera. Un día terminará esa vida. Un día se terminará el tedio. Un día no habrá más. Algún día. Mi celda es el mundo mismo. Todos los días son iguales. No hay nada fuera. No existe otra realidad.

Cada uno muere como vive. Tú entre botes e intentos porque respires un poco más. Tienes aún dinero que gastar. Aunque te deshagas poco a poco por dentro, no te van a dejar escapar. Te cortarán, te reanimarán, te adularán y, al final, te comprarán una piedra con tu nombre. Como un monumento a tu capacidad de gastar. Yo solo en una habitación dónde nadie se preocupará. Pasaré por el mundo como el aire por tu mejilla, imperceptible pero necesario.

Meursault