Otro síndrome

Me vibró el bolsillo, lo noté claramente en el muslo izquierdo, metí la mano pero el móvil estaba en otra parte, no lo encontraba, a veces soñaba que perdía el coche o que no recordaba dónde lo había estacionado pero esto era diferente. A veces mis intenciones van por delante de mi cabeza, me dirigen como una polilla enloquecida estampa su delicado cuerpo contra una luz incandescente. Mi animal busca pero ha perdido el olfato, para colmo ando un poco resfriado últimamente, no hay forma de sacar estas mucosidades, no se bien si se van creando al mismo tiempo que consigo extraerlas de mis pulmones a base de toses estentóreas o de esa medicina que me suministra mi esposa cada noche. Pero esto de las vibraciones es otro rollo, me recuerda al radar que he desarrollado, levando la cabeza en el instante en que voy a darme contra una farola o una persona. Luego sigo escribiendo en el móvil que ahora no aparece. Llamo desde el fijo, suena, lo encuentro debajo de un cojín, en el sofá. No es la primera vez que me vibra a la altura de un bolsillo, del pantalón o de la chaqueta, la pierna, el costado, el pecho. Sin el móvil. Es un síndrome, seguro. Puede que mi piel me avise de algo que desea ocultar al cerebro, una especie de guiño digital, una complicidad. Pero ya aviso muy claramente: no pienso actuar a las espaldas del jefe, ya lo sabes, jodido y jocoso síndrome de la vibración sin móvil.

Kimi