La prodigiosa aventura de la señora Albita con el señor Pináter (1) La suplantación

Había cambiado ya de imagen algunas ocasiones pero la señora Albita llegó a la conclusión de que estaba cansada de ella. Tuvo la convicción después del orgasmo matutino que otras veces le había sembrado en los labios una sonrisa para el resto del día y que, en esta, le hubo parecido un simple trámite. Su amiga, la señora Berta, le recomendó que se masturbara con la izquierda, un truco que servía para pensar en la mano de otra persona, debido a la torpeza inicial de unos dedos mucho menos acostumbrados que los de la derecha. Ahora daba lo mismo, la derecha que la izquierda, el consolador negro que el vibrador color carne: cumplían su cometido, le seguían brindando una gran satisfacción pero ¡cómo explicarlo!, ya no llenaba su vida ni con sus placeres ocultos, ni  con el resto de su vida pública. Decidió por ello empezar a verse como otra persona siguiendo la estela de su excitación digital. También pensó en sus poesías. Escribía una, la leía, la releía, ahí estaba. Luego volvía a leerla en este caso como si se la hubiera enviado al señor Jorge Delabarriga y fuera este amigo, letrado y pretendiente por desgracia casado, quien la estuviera leyendo. Así, miraba su vida desde otra perspectiva, como si la estuviera leyendo otra persona que elegía en cada momento, ahora Delabarriga, ahora el señor Pináter. Ver la vida desde la contingencia del señor Pináter supuso toda una grata sorpresa para la señora Albita quien se sentía otra vez congraciada con el universo. Pensó si tal vez debería entablar relación con él o mejor esperar ya que tan buenos resultados le daba ver su vida con  los ojos de Pináter. Cuando se lo contó a la señora Berta, esta le dijo que tuviera cuidado con las dobles personalidades ya que corría el riesgo cierto de disiparse: el proceso de estructuración de la personalidad es complejo, entraña sus riesgos y, para ser realizado con éxito, debe asentarse o tenderse en el tiempo. ¡Ay, Bertita!, exclamó la señora Albita: qué sería de mi sin ti, querida amiga.

Edgar