El paseante de perros (relato de alto contenido erótico) (Final)

A la mañana siguiente volvió a recoger a todos los perros, menos a su adorada Pepita, volvió a patear el parque del Retiro y los devolvió a sus dueños una hora más tarde. Después se fue, andando, como siempre, a la editorial, corrigió algún original y por la tarde volvió a los perros.

Y así ocurrió también el martes y el miércoles. El jueves tenía que volver a recoger a Pepita y, por supuesto, saludar a Ariadna. Al llegar a la casa, la chica le estaba esperando con Pepita, en la puerta.

• La señora no está, pero me ha pedido que le entregue esta carta.

Alberto se quedó descolocado unos segundos. Luego cogió la carta pero no la abrió hasta llegar al banco donde habitualmente hacía la primera parada con los perros. Pepita se le volvió a subir encima y a lamerle la cara, acaso con más insistencia que las veces anteriores. Abrió la carta y leyó:

“Buenos días amor, no puedo estar hoy contigo, lo siento. Quiero pedirte un favor, que vayas a la notaría de don Antonio Moreno, en Velázquez, 52. Tiene que decirte algo. Hazlo pronto. Te quiero”.

Alberto se apresuró en su paseo con los perros y los devolvió antes de lo previsto. Dejó a Pepita para el final. Pulsó el timbre de la casa con mano temblorosa y la chica abrió la puerta con la cara seria, muy seria, impropia de ella que se distinguía por su mirada luminosa y su carácter alegre.

• ¿Qué ha pasado con la señora? –le preguntó Alberto.
• No puedo decirle nada. Tiene que ir al notario. Hágalo pronto, por favor.

La incomodidad de Alberto era cada vez más patente. Mil ideas atropellaban su cabeza. Ahora veía con más nitidez las últimas imágenes de Ariadna, en el refugio, veía su extremada delgadez, su falta de apetito, sus ganas de beberse las últimas gotas de una vida que se acababa.

El notario lo recibió con una carta personal.

• Si lo desea, puede leerla en un despacho aparte, usted sólo.
• Será lo mejor, se lo agradezco.

En la soledad del despacho notarial, Alberto leyó:

“Lo siento amor, mi viaje ya no tiene retorno. Desafortunadamente mi adicción al tabaco me hizo desarrollar un cáncer pancreático y cuando te propuse pasar el fin de semana juntos ni siquiera sabía si volvería con vida. Los médicos me habían dado entre 10 y 15 días. Afortunadamente pude vivir a tu lado esas horas maravillosas, las mejores de mi vida.

Mis cenizas estarán en el crematorio del cementerio de la Almudena. Como último favor te pido que las recojas y las esparzas por tu querido Valle de Alcudia. De esta forma me aseguro el hecho de estar siquiera un momento, en tu recuerdo cada vez que estés en tu refugio. Quiero que sepas que comparto contigo la idea de no explotar tu mina de oro. Disfrútalo sólo o en compañía especial…

En cuanto a la cuestión material, tengo que decirte que, como ya sabes, no tengo familia, así que, cuando supe que lo mío no tenía remedio, hice alguna ventas. Concretamente vendí dos Picassos y un Degás. La cifra resultante de ésta operación, tras pagar los impuestos correspondientes, es de ochenta millones de euros. También hay treinta cuadros más de grandes autores, depositados en una caja fuerte de un banco en Nueva York. También está la casa de Madrid y dos apartamentos, uno en Nueva York y otro en Londres. Todo esto ahora es tuyo. No tienes que pagar nada más. Todo está liquidado. El notario te dará cumplida cuenta…

Me voy de muy mala gana, pero con el sabor de tus besos y tus caricias, el momento final será más llevadero…

Te pido que intentes ser feliz sin abandonar tus principios; yo tuve que abandonarlos en alguna ocasión, pero la vida no me lo puso nada fácil…

            Un abrazo eterno y tantos besos como estrellas hay en el universo.

Ariadna.”

Al día siguiente Alberto recogió a sus perros como todos los días. Cuando tocó el timbre de la casa de Ariadna, la chica lo recibió con cierta perplejidad y le dijo:

• Perdone que se lo pregunte señor, ¿fue usted al notario?
• Si, fui. No te preocupes. Hablaremos pronto, pero sigo siendo el paseante de perros.

Ángel Alcalde

Entrega 1

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