Yo y mi novia, la condesa de Chinchón, Godoy, Goya y el yoga

Voy lanzado hacia la iluminación. Cierro los ojos, enciendo la pantalla y abro un sumidero por donde se escurren las especulaciones que atribulan mi mente. Adiós. A lo lejos aparece un punto que se transforma en una atmósfera de luz. La paz reina en mi mente y en mi cuerpo.

Mi novia no entiende bien este proceso aunque reconoce que en el plano sexual he mejorado (aún más) sustancial-mente: tengo más poder de concentración y contemplo o me dejo sentir cómo asciende el placer hasta llegar al clímax, algo así como un fogonazo del nirvana, antesala de la iluminación a la que voy lanzado.

Mi novia es una experta en el mapa de mi mente, detecta las alteraciones emocionales y las incursiones indeseadas de la turbación o el desasosiego en medio del mar de caricias, besos y entrega: toma, soy yo para ti o toma, soy yo en ti.

Mi novia tiene ahora dos ocupaciones primordiales, una, la natación, sincronizada con su precioso cuerpo y dos, los asuntos cortesanos de finales del XVIII en la agitada España de Carlos III y Carlos IV, en particular la azarosa vida de la sobrina del primero, la condesa de Chinchón, hija del infante don Luis ex obispo de Toledo y esposa de Manuel Godoy, amante este a su vez de Josefa Petra Francisca de Paula de Tudó y Catalán, Alemany y Luesia, más conocida como Pepita Tudó.

A todos estos asuntos sementales y sentimentales ha llegado mi novia al desenredar el hilo del ovillo que le atrajo la visión de un cuadro de Goya adquirido por el Museo del Prado en el año dos mil (doscientos años después de ser pintado) por cuatro mil millones de pesetas: La condesa de Chinchón niña, óleo sobre lienzo.

La condesa de Chinchón, María Teresa Josefa de Borbón y Vallabriga odiaba a su marido, Manuel Godoy, con el cual le habían casado por conveniencia de ambos o de ambas familias. Godoy tuvo una hija con María Teresa y cuatro con su amante Pepita, con la cual se casó después de la muerte de la desconsolada condesa pintada por Goya.

Según me cuenta mi novia, lo más curioso de esta historia es que Goya profesaba un gran cariño a la condesa y a toda su familia a la que retrató al completo en un pueblo de Ávila que se llama Arenas de San Pedro. Pero más curiosa aún es la afirmación que hace a Pepita Tudó como la modelo que posó para Goya en las majas, la vestida y la desnuda ya que ambas adornaron la mansión de Godoy, si bien existen otras versiones que convierten a la Duquesa de Alba como la modelo de las majas que, a la vista del gusto estético de hoy, no son tan majas.

Y eso no es todo: hace nueve años se descubrió que debajo del retrato de María Teresa de Vallabriga, en la misma tela de mantel, Goya había pintado antes otro retrato de Manuel Godoy y además parte del retrato del marqués de Villafranca. Tres en uno. Según el estudio de estas imágenes, Goya pintó primero al marqués y luego superpuso a Godoy en la misma tela que reutilizó, dándole la vuelta, para pintar a la Condesa de Chinchón.

Yo escucho esta historia con devoción y luego me vuelvo a perder en mi pantalla de luz. De pronto tengo otra visión y es el curioso parecido entre dos palabras: Yoga y Goya.

Joder, me digo.

Lago