Mesas de cristal

Las mesas de cristal deberían estar en cuarentena; permanecer enjauladas hasta que el polvo cubriera el enorme ojo con que nos miran. Hoy he comparecido ante Dios; estaba sentado en una silla ergonómica y ordenaba unos papeles que dormían sobre una gran mesa de cristal. En ese momento, supe que Dios era el impostor más excelso de todos los tiempos; un pobre funcionario de nivel 26, con derecho a mesa de vidrio, a un despachito color crema y a cuatro días de asuntos propios. Hablamos. Después me entregó los impresos para mi primera muerte, debidamente compulsados. Al cerrar la puerta del despacho, sentí una fuerte arcada, que me hizo expulsar toda la burocracia que había absorbido. No volveré nunca más a ese lugar, es demasiado luminoso y límpido para mi alma negra.

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