¡Frena, frena, frena!

19 de octubre 2020, 12:00 de la mañana en el Paseo de Ruperto Chapí. Mascarilla quirúrgica, toalla para evitar contacto con el asiento, 15 tickets y bolígrafo propio en mano. Todo listo para el primer día de clase de conducir con un profesor desconocido. Se presenta, hola me llamo José Ángel, este es el freno de mano y esto, el volante. Con esas dos indicaciones, ya tenía medio carné asegurado. De camino a Valdemarín, no me imaginaba todo lo que me esperaba durante ese intenso mes y medio.

Intenso, complejo, divertido, apasionado y no me estoy refiriendo a las clases de conducir precisamente, sino a mi profesor, José Ángel. Era capaz de hacerme madrugar a horas a las que ni si quiera estaban puestas las calles, y en este caso, las calles y el freno son bastante importantes. ¡¿7.30?! Solo voy con la condición de que me recojas en casa.

Quiero adelantar que, a pesar de recogerme recién salida de la cama, en ninguna ocasión nos paró un árbol, aunque he de admitir que me subí a una acera cuando no debía, di un golpe con el parachoques trasero a una farola e ignoré varias veces lo que significaba el color rojo de los semáforos.

A mi me gusta escuchar música cuando no estoy durmiendo. De camino a Móstoles, le pedí por primera vez que pusiera la última canción de C.Tangana. Ni caso. No le gustaba Copacabana como él le llamaba y en su lugar, me ponía música clásica o me enseñaba sus vídeos tocando la trompeta. Sus tres palabras favoritas eran frena, frena, frena sobre todo en los carriles de deceleración. Me dijo “vas a más de 40, como siempre” y no era verdad porque iba a 39. Me enfadé con él y no le hablé el resto del viaje. Fue entonces cuando ocurrió: encendió la música, puso YouTube y sonó “Demasiadas Mujeres” de C.Tangana. Demasiado bonito para ser cierto porque cuando llevaba 15 segundos de reproducción, recapacitó y apagó la música de inmediato.

Otro día decidimos hacer una ruta a Toledo, la ida conduciendo yo y la vuelta mi amiga Marta, otra de sus alumnas. Como no fue posible por el confinamiento, cambiamos los planes y José Ángel hizo de guía turístico, otra de sus muchas facetas, en este caso para enseñarnos la iluminación navideña de Madrid.

Pasaron las semanas, llegó el examen. Como si mis nervios no fueran suficientes, unos días antes se me había caído encima la mampara de cristal del cuarto de baño, lo que me produjo cortes en una mano y en el pie izquierdo. Al día siguiente me extirparon un bulto de la axila y me regalaron cinco puntos. Coja y sin brazo, me presenté al examen animada por José Ángel. Una falta leve trató de interponerse en nuestro camino, pero ¡aprobamos! Y nos llevamos la L y la felicitación del examinador a casa.

José Ángel no se fiaba mucho de que alguien de Toledo fuera a recibir este importante reconocimiento de la DGT, claro que qué puede esperarse de alguien que es de Cuenca.

Brenda Ortega Velasco