Un diamante en bruto

Don Segundo me llamo a su despacho. Yo, por entonces era un pobre desgraciado que no entendía nada de la vida. Me dijo que me sentara y me ofreció un café. No solía tomar café y menos a esas horas de la tarde por lo que me sentí  eufórico aunque traté de contenerme. Don Segundo me dijo que tenía puestas muchas esperanzas en mi futuro pero pronto me advirtió que si aceptaba mi formación debería serle fiel toda la vida. No tenía mucho que perder así que acepté y el siguiente fin de semana lo pasé en su casa con su familia y sus dos hijas, Rosana y Huelva. Era evidente que al lado de aquellas dos bellezas yo era por entonces un zafio mal vestido, no sabía comportarme en la mesa y les dije, algo ruborizado, que tampoco sabía nadar cuando me ofrecieron un bañador para refrescarme en la piscina. Don Segundo me observada mientras aseguraba a su esposa que yo era un diamante en bruto, justo lo que él necesitaba. Escuché que Doña Susana le decía, bueno pero no te pases, parece buena persona. 

Durante los tres años siguientes, Don Segundo me recomendó en una escuela de negocios. Al principio no lo tenía muy claro pero me daba la sensación de que allí enseñaban esencialmente a hacer dinero de la manera que fuera, eso sí con todas las cautelas legales para que nunca les pillaran. Cuando pasaba un fin de semana en su casa de la playa notaba que mi vestuario y mis modales se acercaban ya bastante a los de la familia y a los de la mayoría de los invitados que solían asistir, algunos de ellos compañeros míos de la escuela donde no solo aprendía a comportarme y a extraer información privilegiada. Con el tiempo fui entendiendo aquello del diamante en bruto porque aprendí a desenvolverme con enorme soltura en el arte de obtener de las otras personas múltiples beneficios, acceder a negocios que otros no eran capaces de imaginar, al tiempo que daba forma a una ideología que, por cierto, era idéntica a la que manejaba Don Segundo. Hacía tiempo que había superado la hipocresía y mucho más cualquier atisbo de compasión hacia los demás. En particular disfrutaba de hundir un poco más a quienes sufrían debido a sus malas decisiones muchas de ellas propiciadas por nosotros.

Cinco años más tarde disponía de una generosa cuenta corriente. Y decidí pasar el resto de mis días con Rosana tras una insinuación de su padre seguida de una larga charla en la que me comunicó mi próxima entrada en la vida política. Ese era el objetivo principal de toda mi formación, me dijo. 

Amplié mucho a partir de entonces mi mundo de relaciones, comidas, fiestas con personas que me permitían ampliar un cálido horizonte de Familia, ya con mayúscula.

Elbetic Kraum