En la cumbre del zigurat

"Dios no tiene derecho a elegir el mundo superior para sí mismo, y dejar el mundo inferior para nosotros, por lo que vamos a construir nosotros una torre, con un ídolo en la parte superior sujetando una espada, de modo que pueda reflejar nuestra intención de hacerle la guerra a Dios." (Midrash)

Hace tiempo que perdimos la inocencia. Es incluso probable que en el mordisco de la manzana estuviera ya contenida la semilla de la mentira, la hipocresía y el argumentario. Puede que  los inventores del arte del fingimiento fueran los primeros en aprovecharse de los otros, de los simples, de los que miraban a la cara y decían sus verdades. Luego, la verdad se complicó cuando cada uno se vio obligado a aprender el arte de la duplicidad, de asegurar una cosa para ocultar la realidad o para conseguir que el enemigo bajara la guardia y así poder destruirle con mayor facilidad.

Tantos siglos de argucias, de caballos de Troya, de aparatos de propaganda, destinaron al ser humano al mayor entramado neuronal de manipulaciones jamás imaginado. Encontrar el gran psiquiatra o buscar un hálito de verdad en esa jungla parece ya una tarea imposible. Tantas ramificaciones nos transformaron hace tiempo en seres confusos, aferrados a unas creencias para no enloquecer intentando ver la luz verdadera, el periódico independiente de la mañana.

Estoy hablando de la situación política en España y de la Torre de Babel. Según la interpretación bíblica, el mito data de la época de un personaje llamado Péleg cuyo nombre significa división.  Dirigidos por un iluminado, los seres humanos iniciaron la construcción de una altísima torre que llegara hasta el cielo. Hace más de 2.600 años los hombres pretendieron alcanzar el cielo y Dios decidió entonces que los constructores comenzaran a hablar distintas lenguas de tal forma que nunca llegaran a entenderse.

En vez de encontrar la luz, tantos años de cultura nos han permitido alcanzar la cima de la manipulación. En vez de ladrillos, la torre de la dominación se construye ahora en la arquitectura de los mensajes dirigidos por los medios de comunicación. Quien los domina se hace dueño de la verdad. Sucede en España donde la mayoría de los medios están ahora en manos del partido en el poder. Cuando se inventó la Torre de Internet pensamos que ya nadie podría poner puertas al campo de la verdad. Qué gran error. Eso sucedió hasta que los manipuladores aprendieron a usar las redes sociales y entonces el manejo de las conciencias alcanzo el grado más elevado, la cumbre en el zigurat.

La maraña se teje con seres humanos cargados de verdades, cada uno las suyas destinadas a colmar sus propios intereses. Todo resbala, pasan ya como vértigos cuando aseguran que se trata de defender los intereses del pueblo, de los ciudadanos. Nos refugiamos en nuestra cosas, nos comemos otra manzana.

El Partido Popular y el gobierno en funciones se han encaramado en la cumbre de la manipulación y han mentido, todos han mentido y han vuelto a mentir. Lo hemos sabido todos, se han quedado desnudos, deberían haber sido fulminados. Pero ahí están porque dominan la maquinaria de las conciencias.

Pero en la construcción de la gran torre están también implicados el resto de los partidos políticos. Son mucho menos responsables, mucho menos manipuladores y mentirosos aunque todos se encuentran ya presos en la madeja de tan compleja e imprecisa manera que las palabras de los líderes no se escuchan, no se entienden porque no son directas y simples, porque intentan decir para hacer creer, justificar para confundir.

Tampoco los nuevos partidos han demostrado ser el esperado mirlo banco, todo lo contrario. Muy pronto se han enmarañado también en la tela que confunde el ideario con el argumentario, el programa con la estrategia personalista para alcanzar el cielo.

Eso es lo que se ve y lo que se siente. Existen eso sí gradaciones, personas que creemos más nobles, más puras, más trabajadoras, con altitud de miras, intentando sumar esfuerzos en vez de apresar conciencias para ocultar sus verdaderos intereses, su avaricia en un mundo terriblemente insolidario.

En ellos puede confiarse para abrir tal vez una rendija a la luz. En ellos y en el destino que a veces termina poniendo las cosas en su sitio.

César Ortega. DCLM