DCLM.ES · Albacete
A los pueblos serranos de Alcaraz y Segura se les suele denominar con evidente exageración «la Suiza manchega». Y a los manchegos parece que no nos viene a importar esa falta de exactitud geográfica y comarcal con tal de completar nuestra región con verdes y montañosos paisajes como colofón de las extensas y pardas planicies que nos son consustancial. Pero como a fin de cuentas los límites de la Mancha, según se hayan considerado administrativa o geográficamente, parece como si a través de los diferentes momentos históricos hubieran sido cosa de quitan y pon, pues que la Mancha pueda ofrecer alternativas «suizas» no nos viene a suponer ninguna contrariedad ni mucho menos preocupación.
Así que aquí estamos en pos de una nueva ruta con el sólo ánimo de contar, porque aunque la información no proporciona comprensión —según el aserto de Heráclito—, quizá despierte curiosidad. Y ello podría ser motivo para viajar, ver y conocer, que es el primer paso para amar y defender nuestra tierra en particular.
Planificamos la ruta sobre el mapa e iniciamos el camino desde la planicie manchega a través de la modernísima CM 42 «Autovía de los Viñedos» que une la toledana capital con el corazón vitivinícola de Tomelloso, empalmando en esta población con la A 43 «Extremadura-Levante».
Sorprende en La Mancha esta modernidad de vías de comunicación, porque hasta hace muy poco tiempo las carreteras eran pésimas, su firme destrozado por el intenso tránsito y el mal estado de conservación. Y al comenzar a recorrerlas desde Alcázar de San Juan, por ambos lados se pueden observar los “bombos” y viñedos de Tomelloso, un tesoro agrícola y etnográfico que los manchegos pocas veces hemos sabido apreciar.
El «bombo» manchego es un lujo, como si se tratara de una auténtica catedral de la arquitectura popular. Surgió por pura necesidad, cuando nuestros ancestros tuvieron que colonizar aquellos montes baldíos para expandir los nuevos cultivos del viñedo. Se encontraron entonces mil adversidades que superar, pero una de ellas resultó fundamental: al alejarse demasiado del casco urbano, los medios de transporte de la época (carro y mulas) no permitían la posibilidad de ir y volver al tajo en el mismo día, salvo al precio de invertir la mayor parte de la jornada en esa operación. Fue necesario vivir sobre el terreno durante toda la semana laboral. La necesidad de vivienda surgió así perentoria, pero ¿cómo construir con tanta penuria y falta de medios? La respuesta popular a esta necesidad fueron los «bombos».
El terreno estaba plagado de lajas calizas, piedras planas que aumentaban en cantidad a medida que el arado roturaba los terrenos. La tarea de despedregar los campos resultó esencial, teniendo que amontonar las piedras en las lindes de los predios, constituyendo los «amojonamientos» típicos de los campos manchegos. Así, pues, allí estaba la materia prima para la edificación. Después todo fue cosa de ponerse a imaginar. Y la imaginación dio lugar al invento de esa rudimentaria construcción.
Se inicia con la apertura de sendas zanjas de unos cuarenta centímetros de profundidad que, convenientemente rellenas con las piedras de alrededor, constituirían los cimientos de tan rústica edificación. Sobre ellos comienza a montarse, piedra sobre piedra, sin argamasa, dos muros en forma de círculo y paralelos. Entre estos se dejaba un espacio que podía llegar a alcanzar hasta un metro de anchura en alguna ocasión. Posteriormente el hueco se rellenaba con piedra suelta, dando la impresión de que existe un solo muro de hasta un metro de espesor. Cuando los muros alcanzan la altura adecuada, sobre metro y medio, aproximadamente, se iniciaba el arranque de la falsa cúpula, haciendo volar cada hilada, una sobre otra, cada vez más pequeña, de forma que la cúpula se va cerrando. La hilada final acababa por formar un anillo de pocos centímetros que se cubría mediante la técnica de piedra «clave».
Y así fue cómo surgió esta respuesta popular ante el reto de tener que superar la necesidad. Ni qué decir tiene que si austero resultaba el exterior, no lo era menos su interior. Algunas aperturas en la pared a modo de alacena, estacas de madera en los muros donde depositar los elementos propios del uso agrícola, el fuego bajo donde cocinar y un pequeño camastro junto al fuego donde dormir. Y el tiempo y los elementos como únicos compañeros con los que poder compartir.
Siguiendo la A 43, antes de Villarrobledo, tomaremos la salida hacia Sotuélamos y posteriormente, a través de la CM 313 llegaremos hasta Lezuza, ya en los límites más orientales del Campo de Montiel, un lugar sorprendente en el que sin duda alguna tendremos que parar.
De Lezuza hay que decir que fue la colonia romana de Libisosa, situada junto a la antigua calzada del «Camino de Aníbal» que uniría Saguntum (Sagunto) con Gades (Cádiz). Pero antes aún fue un ibérico poblado oretano sobre el que se asentaría la colonia romana posterior. Después, durante la Edad Media, tras la Reconquista, en 1213, pasó a formar parte de la jurisdicción de Alcaraz. Actualmente cuenta con una población de unos mil setecientos habitantes, y un patrimonio histórico-cultural digno de admirar.
Héctor escribe: «Antes de visitar el yacimiento de Libisosa, es imprescindible acercarse al Centro Sociocultural Agripina del Ayuntamiento de Lezuza (Albacete), donde se conserva la Colección Museográfica Libisosa y donde nos darán las primeras pistas para valorar y admirar lo que más adelante veremos in situ. Bajo un moderno edificio, una magnífica instalación nos ambienta y adentra en una selección de materiales pertenecientes a la fase ibérica del yacimiento, englobado en la regio oretana. Las estructuras y materiales hallados en el yacimiento de Libisosa, sin parangón en el resto de la Oretania, hacen hincapié en la relevancia de este enclave como eje vertebrador de ambas zonas y como centro neurálgico de época antigua en la actual provincia de Albacete.
Extasiados por las explicaciones del museo, ansiamos más todavía acercarnos al cercano y leve cerro circular colmado de sorpresas. Aquí, justo aquí, hace apenas veinte años, descubrieron un yacimiento arqueológico que dejó perplejos a los expertos. De las entrañas del otero aparecieron ánforas, vasijas, vasos, botijos, ruedas… Barrios, casas, murallas… Una ciudad completa: Libisosa. Cien mil objetos inventariados. La tierra, de repente, habló a gritos. Y nos contó historias de oretanos, íberos, romanos, medievales… Pero los expertos aseguran que todavía queda más del noventa por ciento del yacimiento por excavar. ¡El noventa por ciento! Y uno se pregunta: ¿qué secretos pueden guardar aún los terrenos que hoy pisamos? La crítica llega en forma de denuncia: es una lástima que los recortes impidan a los expertos continuar con las catas y excavaciones ya iniciadas y profundamente avanzadas. Es una lástima que hoy todo esté vacío de manos que desentrañen la historia, que es como desentrañar nuestro propio misterio. Y nos queda el poso de tristeza de comprobar un magnífico trabajo que ha hallado un tesoro del que todavía queda todo por descubrir. Ojalá no pase una eternidad hasta que volvamos a ver obras en este humilde cerro y la tierra termine de regalarnos lo que celosamente guarda en sus entrañas. »
Pero nuestro viaje tiene que continuar. Para ello seguiremos por la CM 313, hasta que en Solana nos desviaremos por la CM 3203 hacia Alcadozo y Ayna.
La visión de Ayna desde el parador del Diablo nos muestra la imagen de una población quizá empequeñecida por lo abrupto del terreno que la viene a rodear. La serpenteante carretera entre los rocosos farallones presenta un paisaje sorprendente e inusual, distinto a la tradicional visión que de La Mancha se puede tener: verde, montañosa, nevada en invierno, soleada y calurosa en verano, un paraíso para los amantes del deporte de naturaleza y la escalada, un escenario genial para fotógrafos y observadores de la flora y fauna en particular.
Está situada en la ladera de una de las profundas hoces que labra el río Mundo en su discurrir. Este río nace en el calar del mismo nombre mediante una impresionante cascada surgida de una gruta formada por el kart.
Para Héctor, el nacimiento del río Mundo «es uno de los lugares naturales más misteriosos de Castilla-La Mancha. No es sólo uno de los más espectaculares que recuerdo (una inmensa boca pétrea colgada a trescientos metros de una pared completamente vertical), sino toda una red de cuarenta kilómetros de cuevas subterráneas (que se sepa hasta hoy). Ladera abajo, el espectáculo continúa con diversas cascadas de caprichosas formas y niveles, todo arropado por un manto espeso de bosques perennes. Pero, por si fuera poco (que no lo es), el Río Mundo entraña un gran misterio: “El reventón”.
Es un fenómeno natural que sólo se produce después de entre seis y diez días de lluvias copiosas: el caudal aumenta de golpe, en una exagerada proporción de hasta doce mil veces más el volumen normal en pocos minutos. El agua entonces sale como una explosión sin previo aviso, y así permanece durante un día completo, inundándolo todo a su paso. En realidad no sería un misterio, pues la ciencia ha explicado que se trata de una variación de un conocido caso natural llamado “trop plein”, por el que se descargan los acuíferos que se llenan de agua. Sin embargo, el Río Mundo (cómo no) va más allá, y deja perplejos a los científicos cuando comprueban con precisas mediciones que el agua desembalsada es superior a la recogida por el acuífero. Entra aquí (y sólo se ha podido jugar hasta ahora con especulaciones y teorías para explicarlo) un complejo, complicado, enrevesado y casi infinito sistema de sifones, cavernas, emisarios, acuíferos y dispositivos complementarios, todos conectados quién sabe cómo entre sí. El Río Mundo no significa planeta, sino que proviene del adjetivo latino “mundo”, que significa limpio o claro. De hecho, la palabra inmundo es su antónimo. Y eso debería hacernos pensar en lo importante que es cuidar nuestro Naturaleza, nuestro mundo, para que no se convierta en inmundo.»
El curso del Mundo discurre paralelo al del río Segura, con una orientación de Oeste a Este hasta que pasado el embalse del Talave se une con él. De modo que el agreste medio físico ha condicionado siempre la forma de vida tradicional. La presencia de calizas y carniolas del Jurásico conformó suelos esqueléticos, y los condicionantes climáticos —inviernos rigurosos y elevadas temperaturas en los meses estivales— imponen muy serias limitaciones al desarrollo de cultivos agrarios, tanto como al resto de la vegetación. Así que a lo largo de la historia el hombre ha tenido que adaptarse a estas condiciones, aunque la propia dureza de las mismas ha impedido que su propia actuación haya modificado el medio de forma sustancial. Incluso el asentamiento del caserío tuvo que efectuarse sobre la misma ladera a fin de no arrebatar espacios de terrazgo aptos para el cultivo.
La presencia humana, pese a todo ello, es constatable desde el Paleolítico Inferior (15.000 años a. de c.) gracias a las pinturas rupestres que se encuentran situadas en la Cueva del Niño. Son de las denominadas «Arte rupestre levantino». Este tipo de manifestación artística está situada siempre en abrigos rocosos o en oquedades naturales al aire libre. Emplean el color rojo, negro y blanco sin mezclar, por lo que carecen de policromía. Sus protagonistas son figuras humanas en actitudes dinámicas que representan escenas guerreras o relacionadas con la caza o la vida cotidiana. El hombre se pinta desnudo con arco y flechas. La mujer, con tronco desnudo y falda acampanada. También los animales forman parte de las escenas. Pero después poco más se llega a constatar hasta las manifestaciones históricas que corresponden a la presencia musulmana y que se concretan en la presencia del abigarrado sistema de regadío que nutre a la región.
En la actualidad en Ayna habitan poco más de ochocientas personas durante todo el año. Y si bien es cierto que en los meses de verano esta población se puede triplicar, nosotros hemos llegado en noviembre, hace frío y la población presenta un aspecto de vacío humano muy difícil de superar. Y aunque es hermoso el paseo, con la gran disimetría vegetal que existe entre la umbría y la solana, poblada de pinares la primera, deforestada y ocupada por espartizales la segunda, y el sotobosque de coscojas, enebros, lentiscos, genista, tomillo y romero, pese a todo ello, insisto, condiciona mucho la soledad. Dura, pues, es la vida diaria en este acontecer. Duros son los inviernos, solitarias quedan las empinadas y estrechas callejas, encendidos los fuegos de aromáticos humos que son tragados por la noche en mitad de la inmensidad.
De Letur decían las Relaciones Topográficas de Felipe II (1578) que era pueblo fresco y deleitable, alegre, de mucha agua y frescura. Mantiene un intrincado trazado urbano que ha permanecido casi intacto, lo que ha posibilitado su declaración como conjunto histórico-artístico en el momento actual. Naturalmente su recorrido es uno de los mayores atractivos que presenta la localidad.
Cuenta también con interesantes pinturas rupestres del ya citado «Arte levantino» y con restos propios de la época de romanización. Durante el siglo XII se fortificó el cerro donde se asienta con la construcción de un castillo. Después fue donada por el rey Fernando III a la Orden de Santiago, y a ella perteneció hasta mediados del siglo XIX. Es el conjunto árabe más importante de la zona.
El camino a pie por las calles de Letur ha de llevarnos hasta la Plaza Mayor, donde se encuentra la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción. De estilo gótico con portada renacentista, tiene una sola nave con dos capillas laterales que forman la clásica planta de cruz latina. Bajo la ventana de cabecera y a ambos lados del crucifijo frontal se encuentra cuatro tablas pictóricas que se atribuyen al «Maestro de Albacete» procedentes de un viejo retablo del siglo XVI, un conjunto artístico fenomenal.
Liétor es una ciudad eminentemente árabe, y así o atestigua la abundancia de obras hidráulicas — como la piscina de canales—. Aunque no se conoce bien la fecha de su fundación, se estima que lo fue durante el transcurso del siglo X. Fronteriza con las tierras del señorío de Alcaraz, sufrió permanentes escaramuzas bélicas hasta que a comienzos del siglo XIII, y tras su conquista, el monarca Fernando III la donara a la Orden de Santiago, dependencia administrativa que conservaría hasta mediados del siglo XIX. Así, pues, su vocación fronteriza perduraría a pesar de la reconquista, pues si antes lo fue entre musulmanes y cristianos, después lo sería, además, entre los de Santiago y Alcaraz, lo cual haría todo, menos fácil, la vida en la población. Tanto que en fecha tan avanzada como 1480, todavía el maestre de la Orden, Alonso de Cárdenas, reconocía en carta que dirigió al Concejo del lugar que «…por estar junto a la frontera de los moros vevis todos los de dicha villa en grandes fatigas e mengua de mantenimientos”. Situación que incidiría en una tendencia al despoblamiento, contando a finales del siglo XV con sólo ciento sesenta vecinos. Aparecieron entonces los caballeros de cuantía, a cuyo linaje se deben muchas de las hermosas casas que aún permanecen. Su única misión era guerrear y controlar la frontera.
A cambio estaban exentos de buena parte de los impuestos, hombres, por tanto, con dos únicos pensamientos, hacer fortuna y vivir para ellos mismos, su corazón empequeñecido entre el espíritu y el comercio.
Liétor es un lugar perfecto para pasear. Y la vista del paisaje desde la ciudad, con el impresionante farallón, el valle y el río a sus pies, ofrece una perspectiva espectacular, al igual que el resto de esta comarca natural.
Las calles de Liétor son estrechas, difíciles e inclinadas, muchas de ellas conformando escalinatas a fin de facilitar el tránsito al andar. Al recorrerlas tendremos que abocar ante la iglesia parroquial de Santiago Apóstol. Otro de los elementos arquitectónicos destacables lo constituye la ermita de Nuestra Señora de Belén, dotada de un interesante grupo de pinturas populares realizadas a la altura de los años de 1734/35. Están dotadas de encantadores arcaísmos e imperfecciones, pero quizá sea esa misma cualidad la que les confiere un encanto especial.
Así, pues, el entramado callejero de Liétor, con los siglos de historia acumulados, sus importantes edificios religiosos, sus miradores y las blasonadas fachadas van a cerrar este nuevo viaje que hemos querido narrar. Y en su Plaza Mayor, ante la bellísima fuente alicatada de mosaicos, sentimos que este es un buen sitio donde poder cerrar estas pequeñas notas que luego nos servirán para poder escribir sobre los recuerdos y bondades de esta nueva escapada cultural.
Mariano Velasco, escritor, doctor en Ciencias Políticas y Sociología.
Fotografías de los bombos, Liétor , Ayna y Letur: Mariano Verlasco.
Comentarios y fotografías de Lezuza y Río Mundo: Héctor Campos.
Las temperaturas oscilarán entre los 6 y los 20 grados en Albacete, entre los 4 y los 13 en Ciudad Real, entre 3 y 16 grados en Cuenca, entre 5 y 13 grados en Guadalajara y entre 3 y 14 grados en Toledo.
Por P. Moratilla
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