Entre el dolor y la indiferencia

Este 25 de Noviembre se ha celebrado el DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO. Nada hay más repugnante que la violencia que se desarrolla contra la mujer, y en el entorno familiar. Ya sea ejercida de obra, palabra u omisión como parte de una escala de posesión y sometimiento, o aquellas otras generadas por conflictos de intereses enfrentados y no resueltos y que acaban en situaciones irracionales.  

La violencia contra la mujer, contra la propia esposa o compañera,  es la más cruel e incomprensible de cuantas puedan ejercerse, porque la sufre alguien con quien convives o has convivido, que forma o ha formado parte de tu vida, alguien a la que has amado, besado, y con la que has compartido tantas cosas ... Siglos de historia de la humanidad para no avanzar nada, para que el terror se convierta en un sinvivir diario, para que el miedo o la muerte aceche detrás de una puerta, en el propio hogar, sembrando borrascas de incertidumbre y dolor...

Durante siglos muchas mujeres han sufrido del maltrato ejercido por algunos hombres. Maltrato desde una presunta superioridad física. Violencia consentida por la sociedad e incluso por la familia, silenciada y oculta como si fuera algo propio de la intimidad del hogar. La historia a través del teatro, de la novela o los cuentos nos describe violencias, las más veces tratadas como "crímenes o violencia pasional", con aquella terrible y posesiva frase de "la maté porque era mía". A principio del Siglo XXI empieza a correrse el velo, tratando de hacer público lo que hasta entonces era considerado como privado y asistimos con asombro y estupor como la violencia ejercida en la intimidad es algo que ocurre con demasiada frecuencia, algo que le ocurre a la gente corriente, algo que no es propio de gente marginal ni de lumpen.

Es la cara terrible de una sociedad presuntamente decente que oculta tras las puertas de muchas casas una violencia inopinada, injusta y terrible. Una violencia de la que todos sabíamos, de la que todos conocíamos pero que nadie desvelaba, pensando que era un asunto privado, algo que debía resolverse en el ámbito del hogar.

La realidad nos descubre un mundo de aparente normalidad, donde miles de mujeres se encuentran atrapadas, incapaces de encontrar una salida personal, laboral o familiar más allá de esa cárcel de soledad, terror, ausencia y dependencia a la que es sometida por quien ejerce el maltrato.

Las cifras de víctimas son espeluznantes, porque desde que se realizan estadísticas al respecto -  2004- el número de mujeres asesinadas sobrepasa las 800 -en diez años tantas muertes como las causadas por el terrorismo etarra durante cuarenta- , y el número de denuncias presentadas anualmente es superior a las ¡¡¡ 130.000 ¡¡¡

Las frías estadísticas nos remiten a la realidad de esta tragedia, que habla por sí sola cuando nos dice -son datos referidos solo al segundo trimestre de 201 - que un 68% de las denuncias fueron presentadas por la propia víctima, directamente en el juzgado o a través de atestados policiales. Un 15,41% lo es por intervención directa de la policía. Pero resulta curioso, lamentable y triste comprobar como de los casos denunciados por familiares de las víctimas representaron un 3,7% del total. Ello demuestra esa escasa implicación de familiares y amigos, que no lo hacen por sentir vergüenza, sentir miedo, o simplemente por sentir indiferencia.

La indiferencia es coautora de este tipo de violencia y corroe la propia alma de quien así se manifiesta. Y lo más terrible, en muchas ocasiones, es que el testimonio de la víctima es la única prueba contra el agresor y ,en consecuencia, la denuncia acaba decayendo y archivándose, mientras la denunciante -si no ha logrado zafarse de su agresor- acaba más acorralada, sometida y humillada.

Durante el segundo trimestre de 2015, los órganos judiciales españoles dictaron 7.676 sentencias condenatorias. Juzguen ustedes mismos la desproporción entre denuncias y condenas.

Pero en esta tragedia familiar no caben más dudas sociales, ni son suficientes las Leyes – hasta 2004 no hubo una legislación estatal para combatir este grave problema, y hay que remontarse tan solo a 2001 para ver una iniciativa a este respecto, la realizada en Castilla – La Mancha - .  La implicación social debe ser total, pero no solo de las autoridades políticas, policiales o judiciales ( “ ¡ que lo arreglen ellos ¡” , piensa el  a veces encolerizado, indiferente), sino de la sociedad misma, del sistema educativo, del aprendizaje en igualdad, de la reproducción y socialización en los valores de tolerancia, diálogo y respeto en el ámbito de la familia - pero también en el comportamiento cívico y social del conjunto -. Es muy importante la acción preventiva, la vía de solución del conflicto antes de que estalle. La víctima del maltrato tiene  que encontrar, sobre todo, el apoyo de la familia, pero también de la Administración, a través de los servicios sociales, judiciales, policiales, o en  la búsqueda de la necesaria independencia psicológica, económica y laboral que la permita escapar del entorno hostil en que se encuentre.

Todo ello sin olvidar algo que puede ser discutible pero absolutamente necesario, el entender y tratar al maltratador como una víctima de sí mismo en actitud autodestructiva. Bueno sería preguntarnos ¿por qué ocurre esto ? y dar la respuesta adecuada antes de que suceda. Tal vez el análisis de las diferentes casuísticas nos conduciría a encontrar mayor número de soluciones a este grave problema, para que toda persona pueda tener también la oportunidad de reinsentarse y volver a la normalidad de una vida que nunca debió dejar de ser normal.

Fernando Mora Rodriguez. Politólogo.