El conejo

Cuando salió el segundo conejo, el primero había terminado ya la mitad del recorrido. Pensó, es inútil, nunca podré alcanzarlo pero aún así no le ganó el desánimo y corrió con todas sus fuerzas, avanzaba con la cabeza y el pecho por delante, con todo su cuerpo no solo con las patas y hasta el aire que respiraba daba también zancadas cada vez más grandes, sentía correr el viento en el filo de sus orejas y notaba cómo la tierra iba quedando atrás en su eufórica carrera cada vez más cerca de su adversario, tan solo unos metros por detrás y pronto a la par, ya le saco medio cuerpo, adiós amigo hasta siempre. Ahora se sentía mucho más libre, se había quitado un peso de delante, volaba por encima de las copas de los árboles, descendía, planeaba vertiginosamente bordeando troncos y ramas, extendió sus dos patas delanteras para aterrizar de nuevo galopando como una liebre, danzando como un caballo de fuego, cruzó la meta y se comió la zanahoria.

Rosi