El lunar

Fuimos al hospital porque a mi padre le había empezado a escocer un lunar, miramos en Internet y decía que eso puede ser un indicio claro de cáncer de piel y que cuanto antes de tratara, mejor. En las urgencias le quitaron importancia, el doctor dijo que se trataba de un lunar congénito, que no estaba infectado ni presentaba una coloración extraña y le receto a mi padre se diera un poco de crema hidratante. Al día siguiente el lunar de mi padre había crecido considerablemente, tanto que parecía un pezón o mejor, un botón: "Tócalo", me dijo. Lo presioné ligeramente y mi padre se puso tenso, luego comenzó a vibrar y las luces de la casa se apagaron. Mi madre no paraba de gritar "qué pasa, hija, qué pasa". La luz volvió a encenderse, mi padre se estaba riendo: "lo sabía", dijo, "lo sabía", repitió. Miramos el lunar y había vuelto a su anterior apariencia. Nos sentamos en el salón. Mi padre nos dijo que rara vez no se cumplían sus intuiciones y que siempre había pensado que tenemos botones en el cuerpo, cada uno con una función que debemos descubrir: "lo que no sabía es que esos botones son los lunares, ¡vaya descubrimiento!" Le dije a Papá que estaba pirado y que si quería apagar las luces le diera al interruptor. "Ahora lo tengo todo al alcance de la mano", dijo y se marchó al cuarto de baño.

Edgar